lunes, 25 de julio de 2011

Accion Nacional: herencia y legado IV

I.             70 años

           Por definición, un partido político busca el poder, pero no es la única condición para su existencia. El poder por el que el PAN luchó fue siempre aparejado de construir una ciudadanía apta para vivir en democracia; llegó aquél, pero ésta está en constante desarrollo, aún pendiente de una educación que forme en los valores que permitan que el régimen siembre en tierra fértil y no en surcos donde no alcance a enraizar su semilla.

El Partido Acción Nacional, como instrumento ciudadano para trabajar en beneficio de México, nació hace 70 años con una clara vocación opositora: las circunstancias no podían en ese entonces ser de otro modo y, sin embargo, como partido político uno de sus fines consistió siempre en alcanzar el poder. Esto tardó varias décadas en concretarse, tiempo en que el país fue construyendo, a la sombra del régimen oficial, un sistema político a su imagen y semejanza, esto es, autoritario, corrupto, dispuesto a perpetuarse en el poder mediante el control y la invasión de todos los ámbitos de la vida pública; de este modo, los medios de información, la práctica de la política, las finanzas y la economía, los sindicatos y un largo etcétera adoptaron las tendencias antidemocráticas que hasta el día de hoy siguen siendo un obstáculo para la correcta implementación del sistema de legalidad, transparencia o rendición de cuentas que son los valores que se busca fomentar en el llamado régimen de mayorías.

            Acción Nacional buscó romper esas inercias, de las cuales, la valoración del voto por parte de la ciudadanía fue un primer e importante paso; así, el llamado de Gómez Morin a “mover las almas” tuvo eco cada vez que la gente salió a votar, cuando la sociedad comprendió que el voto era entonces y es ahora el único medio para cambiar la realidad, cuando aquella frase de “votar no sirve para nada” dejó de ser un imperativo para caer, en nuestros días, en su opuesto, el voto nulo, que es el derecho de no ejercer un derecho conquistado.

           La primera victoria cultural pensada, desarrollada y cultivada durante varias décadas de acción y reflexión sucedió cuando en Baja California, con la candidatura a la gubernatura de Ernesto Ruffo en 1989, se dio un giro impensable y Acción Nacional obtuvo el reconocimiento de su triunfo en las urnas. Decía Adolfo Christlieb: “Hemos escogido el camino duro que marcan los principios, la razón, la legalidad, el libre convencimiento y la adhesión voluntaria. Si dentro de la lucha política es éste un camino más largo, estamos convencidos de que, ciertamente, es el que México necesita”, y sin duda tenía razón: fue a cincuenta años de su fundación que el PAN dejó de se oposición para, en el ámbito estatal, obtener una victoria que iba aparejada de un auténtico cambio en la concepción que la gente tenía del acto de votar.

           Años más tarde, en 1996, nacía el Instituto Federal Electoral, que fue la garantía de contar con un organismo autónomo para hacer valer el voto, organizar las elecciones de manera imparcial y vigilar que los conteos reflejaran de manera auténtica el sentir de la población. El PAN apostó por la ciudadanía, confió en la madurez de las y los mexicanos y cuatro años después conquistaba la Presidencia de la República de la mano de Vicente Fox. No fue el camino fácil, no se apostó por la revolución ni por la ruptura donde hay vencedores y vencidos: se caminó de manera gradual, se buscó una evolución donde cupieran todos y que permitiera de una vez por todas cambiar la cultura política del país, al menos en una primera etapa. Luego de noventa años de haberse gritado “sufragio efectivo”, el respeto al voto era al fin una realidad tanto en la teoría como en la práctica. Esto hubiera sido imposible si Acción Nacional, durante todo ese tiempo, no se hubiera comportado como una oposición responsable, comprometida con México en conjunto y no con sus partes o facciones.

           Hoy, el partido ha alcanzado presencia a nivel federal y local, gobierna el país y a un alto porcentaje de mexicanos al tiempo que enfrenta a una cultura opositora centrada, por desgracia para México, en intereses que en ocasiones parecieran enfocados a obstaculizar por todos los medios el avance común como Nación, esto es, padecemos el que muchas de las fuerzas políticas nacionales sigan abrevando en la cultura oficial. Además de esto, y luego de permanecer como oposición durante más de tres cuartas partes de su historia, el partido enfrenta un reto de proporciones similares: el de ser fuerza en el poder, cuestión para la que sus grandes próceres y pensadores no dejaron escrita teoría alguna.

           El PAN ha aprendido a gobernar, con la excepción de la época de Castillo Peraza, sin un acompañamiento ideológico al cual volver para respaldar la acción en una doctrina puesta al día. Se cuenta, empero, con una Proyección de principios, la última, realizada en 2002, sin embargo, se han dejado de lado en la práctica y en ocasiones temas de gran trascendencia como formación y capacitación, así como una adaptación doctrinaria a la altura de los retos del presente. El debate se centra actualmente entre la ideología y el pragmatismo, como si de pronto aquellos principios elaborados durante una vida de labor pública resultara posible hacerlos de lado; cuando se comenta que el propio Castillo fue el “último gran ideólogo” es en lo personal un elogio pero una gran preocupación, pues último apunta a final, y a lo largo de este ensayo se ha demostrado cómo esa escuela ciudadana que ha sido Acción Nacional requiere no sólo de la acción electoral sino de un trabajo constante en el plano doctrinal, máxime hoy día, cuando a todas luces la victoria cultural del voto es ya triunfo pasado y el riesgo de dormirse en el laurel de ese triunfo es que se dejan de lado temas, precisamente como la transparencia, la legalidad, la rendición de cuentas, la responsabilidad de la oposición, entre otros muchos, establecidos ya algunos de cierto modo pero en los que aún queda mucho por avanzar, sobre todo en el ámbito local.



           La relación del partido con el poder es, de igual modo, otro punto central de reflexión al interior de la propia institución: cómo conciliar una tradición opositora con una vocación de triunfo es quizá una de las grandes preguntas para las que las respuestas formuladas no alcanzan o quedan cortas, frente a una realidad cambiante y en ocasiones con prisa de soluciones que consumen en la coyuntura aquello que debería ser permanente. En este sentido quizá el camino sea el mismo, por principio: contar con espacios de diálogo y acuerdo donde sean escuchadas todas las voces que enriquecen la pluralidad del partido. Asimismo, entender que no todo son candidaturas ni espacios en el gobierno, que proseguir con la vocación de construir una cultura política a través de la escuela de ciudadanos que se propuso desde sus inicios ser el PAN es una labor aún inconclusa, parte fundamental de su ideario, elemento sine qua non de la “brega de eternidad”.


           Si bien los gobiernos panistas han derribado mucha de la carga negativa que tenía el poder en México (como que el voto no servía, que el ejército es sinónimo de represión o que cada fin de sexenio equivalía a una crisis), es decir, han logrado un cambio de paradigmas, pareciera de pronto que el esquema vertical y autoritario al que fácilmente lleva el poder aún no puede sacudirse o es una salida fácil antes que privilegiar los espacios de interlocución, la vocación de reflexión; falta aún mucha ciudadanía porque los caudillos tienen terreno fértil en una sociedad en vías de consolidación, y ahí donde hay una ciudadanía fuerte y comprometida, sobran los mesianismos o no encuentran ni eco ni cabida. La siguiente gran victoria cultural de Acción Nacional deberá ser devolver su dignidad a la acción pública y a la política, así como seguir avanzando en su labor de construir ciudadanía desde, en, por, y para la democracia.



           Pareciera en ocasiones, de nuevo con Castillo Peraza, que la política tiende a convertirse “en asunto de reflector y no de reflexión”. Esto, al parecer, ocurre cuando los espacios de diálogo, de crítica o de señalamientos internos se cierran, por el motivo que sea, y sólo queda acudir a los medios para hacerse escuchar. Bajo el reflector se anula la causa común y cada cual asume sus motivos, desdibujando el mensaje que la ciudadanía recibe por parte del partido; no obstante, como agrupación de mujeres y hombres libres, es importante escuchar, valorar y atender las distintas opiniones en los espacios idóneos, bajo el signo de una agrupación que siga dando a sus militantes y dirigentes las herramientas para enfrentar, en primer lugar, las situaciones que competen a la vida pública nacional; en segundo, para poder seguir avanzando en la construcción de ciudadanos encargados de mostrar un rostro de la política afín con los avances democráticos; en tercer lugar, para preparar a la clase política que ha de cumplir con el espíritu de renovación que ha caracterizado a Acción Nacional desde su primera hora.



          A 70 años de haber iniciado una gesta ciudadana, con el partido enfrentando nuevos retos, inéditos algunos, otros ya conocidos, toca a las y los panistas asumir, conocer y promover la grandeza de su legado: una herencia en la que han participado varias generaciones de mexicanas y mexicanos, algunos de los que aparecen en este libro conmemorativo, otros que dejaron la vida en la espera de un país más democrático, muchos más que siguen siendo, de manera anónima pero siempre activa, vibrante, imprescindible, la sangre de Acción Nacional.



           En nombre de éstos y aquéllos la memoria hace una pausa para mirar atrás y retomar fuerzas para, desde un presente que es fruto de un pasado generoso y de entrega, lograr que el PAN siga dando al futuro la certeza y la esperanza de que las siguientes generaciones de mexicanos seguirán encontrando en Acción Nacional a ese aliado de las causas postergadas, a ese actor fundamental en la historia del México, un partido y una doctrina que en la ética orientadora de la acción política son capaces de mirar a la cara a su electores, a sus militantes, a una nación entera, para decir aquí hemos estado, aquí seguimos y seguiremos, con nuestras ideas y nuestros valores, decididos a hacer de este país un espacio mejor de convivencia y armonía, una Patria generosa en la que más allá de las fuerzas políticas, y junto con ellas, exista una auténtica ciudadanía que asuma también su papel decisivo en el hoy. Los testimonios de esa brega de eternidad se encuentran reunidos en estas páginas: aprendamos de ellos, emulemos su ejemplo, seamos ejemplo para los que nos sucederán.

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