lunes, 25 de julio de 2011

Accion Nacional: herencia y legado I

La tradición no es nada más la conservación

de algo que se hereda, sino la capacidad de traducirlo

para que pueda ser tradición otra vez en el futuro.

Sólo fundan tradiciones los que, desde su propio ayer,

son capaces de ver hacia delante.

Carlos Castillo Peraza


I.             Introducción.
          Desde su fundación, el 15 de septiembre de 1939, el Partido Acción Nacional (PAN) estableció en su ideario participar en la vida política de México como una escuela ciudadana, que se establecía frente a un régimen democrático en lo escrito, autoritario en la práctica, portavoz de los ideales truncos de la Revolución mexicana. El “sufragio efectivo” por el que Madero se levantara en 1910 quedaba aún pendiente, junto a muchas de las exigencias no cumplidas que originaron aquellos diez años de lucha civil. Gómez Morin lo sabía; chocó con el régimen luego de abonar una trayectoria profesional como constructor de instituciones[i] en el servicio público, que abandonó para dedicarse a concebir un partido político que fuera instrumento de cambio auténtico, en medio de un entorno social que exigía sumar esfuerzos para levantar al país surgido tras el enfrentamiento armado y que demandaba enfrentar con altura de miras los retos que la historia ponía enfrente, la responsabilidad histórica que asumieron un grupo de mujeres y hombres de toda la República en el Frontón México, hace 70 años.

          Nacía entonces una agrupación política que, en el marco de la ley establecida, reunió las voces de quienes deseaban participar en la vida pública nacional través de un ideal, plasmado en la primera redacción de Principios de doctrina, cuando el principal desafío era difundir una doctrina que comenzara a crear entre la ciudadanía la conciencia de que era necesario un cambio, una transformación paulatina, persistente y constante, apegada a dictados que hasta el día de hoy son la guía que conduce la participación en la vida pública del PAN. Estos Principios, no obstante, son revisados y adaptados de acuerdo con las diversas situaciones que presenta una realidad cambiante, que suele ir más de prisa que la política y exige reflexión capaz de reflejar esas transformaciones.

          Cerrarse al mundo en un dogma es casi tan peligroso como no tenerlo; en el primer caso, se cae en el radicalismo que niega la pluralidad y establece el pensamiento propio como único e irrebatible, incapaz de asumir al otro como parte indispensable del todo social; en el segundo caso –carecer de ideal–, se cae en la búsqueda del poder por el poder, sin una idea clara de para qué se quiere obtener, lo cual no tarda en convertirse en la lucha ciega por alcanzar, mediante el medio que sea necesario, la posición que será después coto por defender, espacio de privilegios, irresponsabilidad que denigra la labor pública. Contar con una doctrina, proyecciones de principios y programas de acción política claros y bien delineados fue y ha sido un sino del trabajo partidista en sus diversas áreas, desde aquellas que enfrentan las coyunturas electorales hasta las que se encargan de que el partido participe desde las ideas en la construcción de una cultura política como la que el régimen democrático requiere para funcionar, para consolidarse.

          En entrevista con La Nación, órgano oficial de comunicación de Acción Nacional, Luis Carlos Ugalde, expresidente del Instituto Federal Electoral durante la elección de 2006, señalaba que el único partido que por su ideal político podía llevar a México a un cambio democrático profundo es el PAN.[ii] La razón principal: su compromiso con la construcción de una democracia genuina. Este compromiso incluye un llamado social bajo un ideario que encauza el actuar político, con la finalidad primordial de construir ciudadanía a través de los valores de la democracia; además, reclama una organización que haga posible el cambio paulatino, sin revoluciones ni movimientos abruptos que hieren a la sociedad: más bien ir sentando las bases, difundiendo el ideario demócrata puerta por puerta, establecer comités a lo largo y ancho del país; por último, la acción política directa, enfrentar al régimen, la participación a sabiendas de que la propia ley sería uno de los caminos para impedir que la voluntad popular se hiciera cumplir. El régimen heredero de los valores de la Revolución, para los años cuarenta del siglo XX –una década después de terminada ésta–, administraba el Estado de acuerdo con la premisa de conservar el poder, y en esa ambición se consumían los ideales liberales que desde el siglo XIX se intentaban instaurar en el país.

          Se coartaba la libertad que permite a las personas construir por sí mismas su propio destino, se estaba muy lejos aún de un gobierno dedicado a procurar el bien común, a defender a la persona, a estrechar los lazos entre los ciudadanos a través de la solidaridad y la subsidiariedad, valores primeros de Acción Nacional. Con ese ideario, las y los panistas de todo el país enfrentaron durante décadas a un sistema autoritario hasta la represión, padecieron la intolerancia al intentar difundir sus ideas, perdieron el empleo por militar libremente en una asociación, fueron encarcelados por realizar mítines o reuniones, pero convencieron paulatinamente a la sociedad de que esa lucha debía entablarse, sumaron poco a poco voluntades, despertaron conciencias, “sacudieron almas”, enseñaron el valor del voto, la importancia de ejercerlo… educaron desde la práctica política y desde la formación partidista en la construcción de una cultura acorde con ese México que se anhelaba: una nación plenamente democrática.


          El voto fue una de muchas luchas fundamentales que entabló el Partido Acción Nacional: la conciencia de que sólo mediante su ejercicio era posible mejorar las condiciones de vida, superar la pobreza en un país abundante, crear un sistema incluyente y abierto. Al mismo tiempo, la vía pacífica como único medio para reclamar contra la injusticia, que junto con la difusión doctrinaria iba formando cuadros que durante años han dado frescura y actualidad al partido; la renovación es parte irrenunciable de la doctrina panista, establecida entre sus principios (la renovación, aparejada con una formación constante, hacen posible “la brega de eternidad”). En aquella escuela ciudadana se enseñaba cultura democrática y se construía, ayer como hoy, auténtica ciudadanía; se preparaba a la sociedad para la vida democrática al tiempo que se exigía al gobierno condiciones para participar, equidad en la competencia, respeto a resultados, organismo autónomos que organizaran elecciones, credenciales para votar, tribunales imparciales, todo lo que hoy conforma un sistema democrático en constante formación. El reto no era ni es menor.

          La cultura oficial creó sus propios esquemas, educó a la sombra de gobiernos que hicieron de la corrupción una forma de vida que se traduce incluso en el refranero popular mexicano: “el año de Hidalgo”, “el que se mueve no sale en la foto” son rezagos cotidianos que reflejan esa cultura y a su vez son sólo un ejemplo de cómo el sistema fue capaz de forjar generaciones acostumbradas a que la autoridad tiene un precio, a que la ilegalidad puede llegar a no serlo si hay suficiente qué ofrecer, a que es más rentable urdir una red óptima de relaciones que esforzarse para alcanzar lo que se busca, porque el talento cede ante los embates de “amiguismo”. Esa es también la herencia del régimen llamado “de la Revolución”, esa es parte de la cultura que hasta nuestros días prevalece y que poco a poco cede ante los avances de una democracia que aún se encuentra en proceso de construcción. Hoy contamos con un Instituto Federal Electoral y un Tribunal Electoral autónomos, con un Instituto Federal de Acceso a la Información Pública y Gubernamental que obliga a rendir cuentas, con un poder Judicial autónomo, con un Poder legislativo que representa buena parte de la riqueza de opiniones, intereses y necesidades que existen en el país, con una prensa que puede informar de manera libre; todo esto fue parte de las exigencias del panismo desde sus primeros años, desde los primeros programas de acción política y las plataformas legislativas que eran presentadas cuando la victoria llegaba y era, además, aceptada y legitimada por el gobierno.

          Los logros enumerados y que hoy día son parte de las instituciones que organizan la vida pública del país adolecen, no obstante, de adecuaciones que reflejen los cambios que va viviendo la sociedad, metas que a su vez abren metas nuevas, las de la actualización. Todo tránsito a la democracia requiere pasar de un sistema a otro y este paso no se da de la noche a la mañana, exige también de una cultura democrática en constante actualización; el PAN es, hasta este momento de la historia democrática nacional, el mayor constructor e impulsor de esa cultura.

          En estos días en los que la reforma del Estado mexicano enlista pendientes urgentes que han retrasado el avance democrático nacional, es necesario que esa cultura política del diálogo y el acuerdo se instale entre los diversos actores políticos, para que el papel de oposición se ejerza de manera responsable, con la vista puesta en la importancia de respaldar lo necesario, lo inaplazable, lo que es escollo en la política pero entre la sociedad es miseria, frustración o decepción. La Patria ordenada y generosa que promoviera el lema del PAN requiere que aquellos que la encabezan sean antes generosos y ordenados, gobiernos responsables acompañados de oposiciones responsables, capaces de dejar de lado intereses parciales o de grupo para beneficiar el avance óptimo de la nación. Ese es, entre otros, uno de los pendientes de la construcción de ciudadanía: el valor del otro, el diálogo pero también el acuerdo, la suma en la que se beneficia al todo y se benefician también todas las partes, en lugar de convertir la operación en escollo que perjudica a la sociedad entera.


          A 70 años de vida, Acción Nacional debe asumir como propia esa tradición de formar en democracia, retomar esa voluntad demócrata y ponerla por delante, apostar por un ideario que ha conducido y debe seguir conduciendo los cambios profundos de México; no hay otro partido que lo haga, no hay en la actualidad otro instituto político con la fortaleza, las ideas y la organización suficientes para llevar a buen puerto esa empresa.





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