jueves, 11 de agosto de 2011

La etica del perdon Primera Parte


Carlos Castillo Peraza

EL HUMANISMO HOY

 Empezaría el primer punto sobre el humanismo hoy, con una frase de Don Manuel Herrera y Lasso. Don Manuel Herrera y Lasso escribió alguna vez, si mal no recuerdo, que “una sociedad en que no están asegurados los derechos del hombre, ni está asegurada la división de poderes, es una sociedad que no tiene Constitución”. Ese es un poco el hilo conductor de todo lo demás que voy a decir, porque el humanismo hoy tiene que ver con el hombre y sus derechos y con la división de poderes. ¿Por qué hoy no hay una vigencia suficiente de los derechos humanos?

Ayer recogíamos en Puebla el cuerpo herido de un diputado local nuestro, golpeado hasta la barbarie, quemado el tórax con cigarrillos; hoy está en un hospital en Tehuacan. No solamente es un hombre ultrajado, sino también es un miembro de un Poder, el Legislativo.

Yo diría que algunos datos fundamentales de la crisis actual del humanismo, estriban en los siguientes puntos. El primero es que a pesar de todo el conjunto de males que vemos en el mundo y que los medios modernos de información nos traen con especial impacto, vivimos en una especie de optimismo ético, según el cual los hombres somos buenos por naturaleza y algo exterior a nosotros es lo único que nos hace actuar diferente de lo que se supondría en el caso de los seres naturalmente inocentes.

El humanismo contemporáneo ha desterrado la idea de pecado original y entonces todas las cosas malas que los hombres hacemos, desde esta lógica de la inocencia, no nos son imputables. Será que nuestros papás nos quitaron tarde el chupón, será que nos pegaron de chicos, será –dijo Rousseau- el primer hombre que puso una barda, será la propiedad privada –dijo Marx- o será todo aquello que Freud trata en su psicoanálisis. Pero la clave de este asunto está en que en el momento en que con mayor énfasis de defiende y se postula la libertad individual, se afirma contrario sensu en los hechos que el hombre no es responsable de sus actos.

Pero, curiosamente, en política las éticas de la inocencia producen las políticas de paredones, de los campos de concentración o de las clínicas para eliminar a los enfermos, para recaudar a los mal educados o para fusilar a los distintos.

Y creo yo que en la crisis del humanismo contemporáneo está este abandono, en nombre de la libertad, de la responsabilidad. Cuando todo lo que hacemos se lo podemos imputar a algo que es externo a nosotros, es que somos irresponsables de cuanto hagamos.

Una política humanista tiene que reivindicar, junto con la libertad individual, la responsabilidad. Esto vale para las leyes que nosotros iniciemos para asuntos como el del trabajo y el del salario; el de los códigos penales; el de tan a la moda, legislación específica para las diferentes etnias. No podemos tratar a ningún ser humano como irresponsable, porque automáticamente lo ubicamos en el ámbito de la animalidad no libre.

Otro factor que afecta gravemente a una concepción humanista de la política, podría sintetizarse con una expresión: “ser, es ser leído”. Algo ha pasado en el mundo. Antes se escribía de lo que se hablaba. Ahora se habla de lo que se escribe. Antes de la cultura que se desarrollaba oralmente, se pasaba a la cultura escrita; ahora se habla de lo que se lee. Y muchas veces se habla de lo que se lee, a partir de algo que fue escrito sin tener nada que ver con la realidad. O que se escribió con ánimo de reformarla.

Les voy a poner un caso muy panista. Cuando el presidente nacional del PAN, cualquiera que esta sea, viene a un grupo como el de ustedes, o al Consejo Nacional o al Comité Nacional y trae una propuesta, y esta propuesta no es aceptada por el grupo, es corregida o es cambiada, se lee que el presidente fue derrotado por el grupo.

Si logra pasarla, se lee que el presidente derrotó al Consejo. En un caso de escribiría: “el presidente salió debilitado”. En el otro, “el Consejo salió mermado” Y esto no tiene que ver nada con la realidad democrática de este partido, en el cual la relación de un presidente con un órgano colectivo no es de competencia. No es de ver quién derrota a quién. Aquí el responsable de la conducción –electo por el órgano mismo- tiene la obligación de plantear ante él, cómo ve las cosas, por dónde cree que debe caminar la institución y ponerlo a debate para que el órgano que lo manda, -no el presidente- decida que hacer. Entonces leemos nuestra debilidad y esta se vuelve aquello de lo que hablamos.

Pero lo que fue escrito no tiene nada que ver con la realidad. Y esto denota una imposibilidad o una incapacidad o a quizá una mala intención para escribir sobre los hechos del PAN.

Y esto pasa hoy en muchos ámbitos de la vida, en cada caso se puede encontrar una afrenta a las personas que son los personajes de lo escrito. Estamos viviendo una sociedad mexicana silenciosa por estrepitosa, asfixiada por su ruido, por un ruido que dirían los medievales flatus vocis: música o voz del viento, ajeno completamente a los hechos.

Esto es grave porque desde el punto de vista de un humanismo profundo, vulnerable o afecta el lenguaje, y cuando se afecta el lenguaje los hombres perdemos el único instrumento para hacer cosas en común; para desplegar la dimensión social de nuestra humanidad.

En política, esto del discurso y el lenguaje, tiene también aspectos que creo que merece la pena comentar. Me voy a referir al uso de la palabra “retórica”. La palabra “retórica” es utilizada actualmente para describir o definir un modo de hablar muy florido, alambicado, complicado, rebuscado o barroco. Yo quiero reivindicar hoy delante de ustedes, que se dedican al parlamento; es decir a hablar, a parlar, el sentido original y profundo de la palabra “retórica” y su concepto. Hoy es utilizado peyorativamente. Está haciendo retórica, se dice, el que habla de un cierto modo.

Pero la retórica, para Aristóteles, es el arte del argumento probable. La política del siglo XX, trastabilló y hasta fue criminal porque su discurso se pretendió científico: el de la raza, para el nazismo, era científico o pretendió serlo; el de la clase o la guerra o la lucha de clases, lo era para el marxismo; el de cierto liberalismo y el de cierta tecnocracia tienen la misma pretensión.

Y, claro, si el discurso político pertenece al ámbito de la ciencia, no tiene por qué haber política, dado que unos tendrían la verdad total y para siempre, y la verdad ni se discute ni se vota. Es decir, sobre la fórmula del ácido sulfúrico no se puede hacer un plebiscito. No hay política ni democracia de la química. No puede haberla. En el otro extremo de la pretensión cientificista del lenguaje político, está la sofística; es decir, la opinión sin fundamento, la demagogia, la irresponsabilidad en el discurso.

Y, como quedó demostrado desde Calicles –el sofista al que se refirió Sócrates y del que nos cuenta Platón- si el significado de lo que se dice no importa, si se puede decir que sí y que no, de la misma cosa, al mismo tiempo y desde el mismo punto de vista, finalmente el que tiene la razón es el que tiene la pistola.

Entonces, en una punta, está la pretensión científica para el discurso político, para la cual la política como discurso es episteme; y en la otra punta, se encuentra el discurso sofístico que acaba por ser la victoria de la fuerza.

De un lado, en nombre de la racionalidad total de la política, la deducción sangrienta de que quien tiene esa verdad esta normalmente obligado a imponerla a los demás por cualquier medio, o a declarar locos a los que no la comparten. Del otro lado, la demagogia irresponsable que degenera en violencia. En el centro de esta bipolaridad está la retórica. El argumento probable sin pretenciones de verdad absoluta; desde una convicción y con un argumento, sí, pero conciente de que es solo argumento probable y de que por tanto es tema de discusión, es materia de debate, puede ser materia de votación y por tanto puede generar política y puede crear espacio político para que haya democracia.

Los atentados más graves contra el humanismo son esos dos extremos. El de la pretensión de que la política tiene que ser discurso científico y el del absurdo de que la política es el terreno donde se puede decir cualquier cosa. Si nosotros como militantes políticos no reivindicamos para la política la retórica, no vamos a hacer política, vamos a hacer, en cualquiera de los dos extremos, guerra. Vamos a dejar la convivencia humana en merced de la fuerza.

Creo que otro agravio actual contra el humanismo es una grave confusión entre el hombre como ser contingente y el hombre como ser prescindible. Hasta hace relativamente poco tiempo, cuando presidía en general la convivencia humana, la noción al menos remota y vaga de que había un Dios, todos los hombres nos sabíamos contingentes, no necesarios, pero enormemente dignos, porque nuestra contingencia estaba vinculada a una trascendencia.

Desaparecida la noción de Dios como punto de referencia en el ámbito de la política, el contingente es prescindidle porque no tiene más dignidad que la efímera que le da la biología. Y yo creo que este traslado que le da la contingencia a la prescindibilidad del hombre está en la raíz de los sistemas políticos y económicos que se dan el lujo de planear la vida de los hombres convirtiendo a algunos, a muchos o a todos en prescindibles.

Por un lado, el optimismo de los sistemas que serían tan buenos y tan perfectos que eximirían a la persona de hacer esfuerzos morales y, por el otro lado, la trituradora político-económica que organiza sexenal, trienal o quinquenalmente la masacre de los prescindibles por la vía de la explotación y la marginación o por la vía del fusilamiento y la cárcel.

Es cierto que somos contingentes y que es impensable una política entre necesarios. Sería una política entre dioses. Pero lo que no se puede tolerar es que convirtamos la noción de contingencia en la de prescindibilidad. Haríamos una política contra el hombre, convirtiéndolo en engrane y transforman la política en una especie de técnica del basurero o de la refaccionaria.

Otro punto en el que se juega hoy el humanismo en política, es la cuestión de la tradición. Para este partido nuestro es una palabra sagrada. Yo creo que, si hay palabras sagradas, solo hay una y no es la palabra tradición ¡Y cuidado! Los fundadores de tradiciones no miraron hacia atrás. Quienes han fundado tradiciones, parados firmemente sobre un conjunto de convicciones y valores, son quienes a partir de estas convicciones y valores fueron capaces de generar una mirada acertada hacia el futuro y por eso hoy, lo que pensaron, es presente. Acción Nacional, ciertamente es hijo de una tradición: la de Gómez Morín y quienes lo acompañaron. Pero ellos miraron también hacia delante, que hoy podemos sacar los escritos de Gómez Morín y ver los actuales en economía, en democracia y en política. Es probable que no sean actuales en el 2050, porque el mundo habrá cambiado. Por eso creo que tenemos que disponernos al ejercicio humilde pero audaz de fundar la tradición del PAN para el siglo XXI. Heredar una tradición es heredar un modo de ver hacia delante, no conservar un modo de ver hacia atrás.

Es tiempo, por los cambios que ha habido en México y en el partido, y por los cambios que el partido ha sido capaz de generar en México, de que Acción Nacional inicie la tarea modesta, pero osada, de ver hacia delante y darle la tradición de mañana a los que vendrán. Tenemos que tener tradición para la segunda vez que perdamos la elección presidencial, después de haber ganado un par de veces. Tenemos que tener tradición para el 2050; tenemos que ver hacia allá, hacia donde no podían ver los que nos fundaron porque no era planteable la victoria. Si no, no habrá humanismo. Habrá bytes. Memoria de computadora estática.

Creo que otro problema para el humanismo contemporáneo es la cuestión del pluralismo. No crean que porque el pluralismo me asuste o me preocupe, al contrario. Lo que me preocupa es el masoquismo con que los panistas afrontamos a veces el pluralismo, planteándolo sin nosotros, o aceptando estar fuera de ese plural. O sea, que el plural fuera el gran singular de los que no comparten lo que nosotros pensamos, lo cual sería la negación del mismo pluralismo, porque no estaríamos nosotros.

Con frecuencia, a la hora de plantear alianzas políticas; con frecuencia a la hora de ir a cosas colectivas, renunciamos a ser nosotros en aras de un pluralismo que, por el hecho mismo de nosotros renunciar a ser, deja de ser plural. Entonces no sólo negamos el pluralismo en cuanto a tal, sino que lo entendemos con base a nuestro suicidio o nuestra disolución. Yo creo que es humano, de toda humanidad, el pluralismo. Pero no quisiera que los panistas cayésemos en la tentación de entenderlo sin nosotros, renunciando a nuestro propio ser, a nuestro modo de ser.

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