jueves, 11 de agosto de 2011

Recuperar la memoria de Castillo Peraza como ideólogo

Una de las prácticas más enraizadas en la ortodoxia del viejo presidencialismo mexicano ordenaba que el arranque del ritual sexenal fuera acompañado, de manera invariable, por la identificación del nuevo presidente con alguna de las figuras de la historia mexicana: Juárez, Zapata, Madero... El presidente en turno -sobre todo en los tiempos de la hegemonía del PRI- elegía al héroe nacional con el que pretendía identificarse, con lo que marcaba el sello de su gestión.
En el segundo gobierno consecutivo en manos del PAN, y luego de una controvertida elección y de un caótico proceso postelectoral, todo parecía indicar que a la naciente administración federal, la que preside Felipe Calderón, se le había olvidado esa parte del ritual sexenal o de plano lo había jubilado. Pero no, el domingo pasado ("Enfoque" de Reforma, domingo 15 de abril), el presidente Calderón sorprendió a propios y extraños con un ensayo público en el que convierte a Carlos Castillo Peraza -su maestro e impulsor a la dirigencia nacional del PAN- en el ideólogo no sólo de su gobierno, sino de la transición política mexicana.

Pero el ensayo que sobre Castillo Peraza hace público el presidente Calderón puede ser interpretado, entre muchas otras lecturas, no sólo como el rescate de las raíces de su partido, sino como un mensaje a sus adversarios políticos para dar continuidad a la transición política, pactada, mediante el diálogo y la negociación. Es en realidad un llamado a reeditar, con el PRD y el PRI, el pacto que en su momento realizó el PAN con el gobierno de Carlos Salinas -y del que Castillo Peraza fue el ideólogo; "un cambio en las instituciones políticas pero sin ruptura, por una transformación del régimen, no por la destrucción del país".

Más que un homenaje

 A propósito de que el pasado 17 de abril Carlos Castillo Peraza hubiese cumplido 60 años de edad -y a casi siete años de su muerte-, Felipe Calderón no sólo rindió homenaje a su maestro, "que hizo falta durante la última etapa de la transición", sino que lo convirtió en el "ideólogo de la transición mexicana" y en el referente indisoluble de su gestión presidencial. "Comparto con Carlos también la idea de construir buenos gobiernos con buenos políticos... comparto, finalmente, el anhelo de tener entre los mexicanos no millonadas de habitantes, sino de verdaderos ciudadanos, partícipes y corresponsables del presente y del futuro. El reto medular es transformar nuestra sociedad, ávida de respuestas y soluciones, en una auténtica ciudadanía que tome en sus manos su destino", dijo Calderón al final de su texto.

Pero el inédito ensayo, más que un homenaje que se pudo haber quedado en un mero discurso partidista -y que por cierto la dirigencia de Manuel Espino ni tomó en cuenta-, parece que pretende rescatar y orientar para el nuevo gobierno panista, el de Calderón, precisamente una de las corrientes políticas y de pensamiento que relegó el primer gobierno surgido de las siglas de Acción Nacional. Es decir, que Castillo Peraza, junto con Luis H. Álvarez y muchos otros militantes que fueron desplazados del partido y del gobierno de Vicente Fox -y que hicieron posible la llamada "política total", y el gran salto del PAN a la lucha por el poder sin abandonar sus principios doctrinarios-, están y estarán presentes en el nuevo gobierno del PAN.

O si se quiere ver desde otra lente: que en el segundo gobierno de Acción Nacional está en el poder lo más parecido al PAN de sus fundadores. Dice en su ensayo Felipe Calderón, que Castillo Peraza "abrevó en los ideales y en la congruencia de los Gómez Morín, de los González Torres", y por supuesto de los González Luna y, sobre todo, de Luis Calderón Vega, padre de Felipe Calderón, a quien Castillo Peraza llamó El Último León, en referencia a la despedida póstuma de Julio J. Vértiz a la muerte del jesuita Bernardo Bergoend: "...Y guarden reverentes los campos desolados el eco moribundo del último león".

Contra lo que vimos en la gestión de Vicente Fox, en donde el primer gobierno de la alternancia en el poder presidencial se emparentó con Acción Nacional sólo a través de sus siglas y colores -pero excluyó el ideario panista y a sus militantes doctrinarios-, y que privilegió el apoyo oportunista y electorero de la extrema derecha como la de El Yunque -a los que, por cierto, Castillo Peraza siempre combatió-, el de Calderón parece decidido a moldear la identidad ideológica de su partido precisamente apoyado en la historia y las tradiciones de Acción Nacional, más que en sus ambiciones.

Rescatar al partido

¿Para qué escribir un ensayo como el que nos ocupa? ¿Por qué de puño y letra del Presidente? ¿Por qué hacerlo público? ¿Por qué no dejarlo para el consumo interno del panismo? ¿Por qué a seis meses de iniciado el gobierno? Más allá de las muchas versiones sobre los desencuentros de la dirigencia del PAN con el presidente Calderón, está claro que existe una profunda crisis entre dos grandes corrientes que desde hace casi una década se disputan no sólo el control del partido, sino que ahora pelean por el control del poder real, que ya no sólo se expresa en alcaldías, congresos locales y el Congreso federal, o gobiernos estatales, sino en la Presidencia de la República.

Por un lado están los panistas doctrinarios -que a partir de 1988 eran considerados como los panistas pragmáticos, luego de la alianza que ese sector de Acción Nacional pactó con el gobierno de Carlos Salinas-, de los que Felipe Calderón y una buena parte de su gobierno forman parte; que fueron echados del partido por el entonces incontenible precandidato Vicente Fox, quien aliado con la ultraderecha del Yunque y de otros sectores capitalizaron el trabajo político que por décadas sembraron los doctrinarios.

El llamado "fenómeno Fox" no sólo fue un factor que arrastró multitudes, de panistas y no panistas, que dio lugar al efectivo "voto útil" y que coaguló a una importante porción del electorado mexicano en torno a una consigna de notable efectividad entre el electorado del año 2000: "echar al PRI de los Pinos". No, el "fenómeno Fox" también provocó un doble asalto político de la ultraderecha mexicana; un asalto al PAN y al poder.

La popularidad de Vicente Fox era incontenible entre el electorado de todos los signos, pero también arrastró a la estructura del PAN, al grado que Felipe Calderón, entonces presidente del partido, debió cancelar la posibilidad de reelegirse como dirigente nacional, para dejar el espacio a los dirigentes que reclamaba el aventado guanajuatense. Pero una vez que Fox ganó la elección que echó del poder al PRI -junto con el voto de millones que ahora reniegan y que no quieren acordarse de que cerraron ojos y oídos ante las voces que advertían sobre el "bulto" que era el señor Fox-, el primer presidente de la alternancia también dejó al PAN fuera de su gobierno.

Es decir, convirtió la transición y la alternancia por la que habían trabajado los panistas en décadas anteriores, en un vulgar "quítate tú para ponerme yo". Sin la doctrina partidista en sus alforjas, sin aliados doctrinarios.

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