En el Ateneo de la Juventud, Vasconcelos, el maestro Caso, Pedro Henríquez Ureña, Acevedo, Ricardo Gómez Robelo, Alfonso Reyes y otros pocos más alzaron la bandera de una nueva actitud intelectual.
No hicieron doctrina común, no estaban unidos por otro lazo que el de una inquietud. No tuvieron tiempo, tampoco, de definir conclusiones. Quizá estaban -con excepción de Vasconcelos alejados de la vida mexicana. Demasiado intelectualizados y demasiado europeizados. Sólo, eso sí, son un honesto deseo de cultura, con un ferviente propósito de seriedad intelectual. El grupo se deshizo pronto. Ya en 1915 sólo el maestro Caso estaba aquí. Pero en torno del maestro se formó pronto otro grupo, ya no organizado como el Ateneo, ni siquiera conocido, sino disperso; integrado por los discípulos directos de Caso o de Pedro Henríquez, por los que la Revolución había agitado ya y buscaban en el pensamiento un refugio, una explicación o una justificación de lo que entonces acontecía….
¡Existían México y los mexicanos!
…Y en el año de 1915, cuando más seguro parecía el fracaso revolucionario, cuando con mayor estrépito se manifestaban los más penosos y ocultos defectos mexicanos y los hombres de la Revolución vacilaban y perdían la fe, cuando la lucha parecía estar inspirada nomás por bajos apetitos personales, empezó a señalarse una nueva orientación…
…Del caos de aquel año nació la Revolución. Del caos de aquel año nació un nuevo México, una idea nueva de México y un nuevo valor de la inteligencia en la vida.
Quienes no vivieron ese año en México apenas podrán comprender algunas cosas.
OSCURIDAD
Las nuevas doctrinas predicadas entonces coincidieron con postulados evidentes de la Revolución, encontrando campo propicio en el desamparo espiritual que reinaba en México, después del fracaso cabal del porfirismo en la política, en la economía y el pensamiento, y justificaron e ilustraron el libre desarrollo de tendencias profundas que animaban el espíritu revolucionario…
Las nuevas doctrinas predicadas entonces coincidieron con postulados evidentes de la Revolución, encontrando campo propicio en el desamparo espiritual que reinaba en México, después del fracaso cabal del porfirismo en la política, en la economía y el pensamiento, y justificaron e ilustraron el libre desarrollo de tendencias profundas que animaban el espíritu revolucionario…
…Porque infortunadamente no solamente han existido obscuridad intelectual y desorientación política. También son parte de esos años un terrible desenfreno y una grave corrupción moral.
Primero, obra directa de la lucha en los campos, consecuencia de la contienda armada, un turbulento desbordar de apetitos. Venganzas y saqueos; homicidios robos, violencia. Pero eso fue normal e inevitable. Era la guerra con sus atributos militares. El rápido aflojar de un resorte mal ajustado por una disciplina inadecuada. La República entera fue un gran campamento y no se podían exigir límites de normalidad. El homicidio mismo formaba parte del natural espectáculo diario y la destrucción; para el “ciudadano armado” era pura prueba del viejo aborrecimiento o se hacía por mero espíritu infantil, irresponsable y gozoso de destruir.
Fue la época en que los salones servían de caballerizas, se encendían hogueras con confesionarios, se disparaba sobre los retratos de ilustres damas “científicas” y la disputa por la posesión de un piano robado quedaba resuelta con partirlo a hachazos lo más equitativamente posible. La época en que se volaban trenes y se cazaban transeúntes. En que se fusilaban imágenes invocando a la Virgen de Guadalupe. En que, con el rifle en la mano, los soldados pedían limosna.
Hasta en el crimen había cierta ingenuidad. La ignorancia de las masas les impedía ver lo que llamamos amplio horizonte del propósito; pero su generoso impulso superaba la pobreza del programa declarado. Del caudillo no podían entender más que la incitación inmediata. Ni comprendían ni les importaba la fútil jerigonza del general o del político. Pero peleaban y se entregaban sin reservas por las secretas razones de su corazón.
Después, pasado el fervor de la primera lucha, el desenfreno inculcado, irresponsable, natural de la masa, ha sucedido la verdadera corrupción moral. EL homicidio, el asesinato; al saqueo, el peculado; a la ignorancia, la mistificación. Del crimen de exceso pasamos al de defecto.
No roba ni mata ya la turba armada. Pero el mismo funcionario que decreta la muerte para el soldado ladrón de una gallina, se enriquece en el pueblo y no vacila en mandar asesinar a su enemigo.
Al caudillo surgido de la necesidad y del entusiasmo, con la virtud mínima del valor, sucede el ladino impreparado que escamotea el afán democrático y, diciéndose encarnación del pueblo, justifica sus necedades esgrimiendo en su defensa la noble y fecunda convicción en el profundo acierto del instinto popular.
El elogiado “hombrearse con la muerte”, el generoso desprecio de la propia vida, cuando es preciso luchar, se han convertido en desprecio de la vida ajena, en crimen de cantina o en asesinato político.
Este cambio se debe fundamentalmente a la noche espiritual en que vivimos. No salimos aún del estado mental de lucha que influenció a nuestra generación. La falta de definición es nuestro pecado capital…
…Hasta los más honestos, aún los espiritualmente prevenidos para entender el momento y descubrir la falsificación de actitudes y programas han debido aceptar transacciones, desconcertados y con la esperanza de posterior mejoramiento o, víctimas de su propia convicción acrítica, no han vacilado en hacerse solidarios, aun en las formas más deprimentes, de lo que creen consecuencia inevitable de su fe…
… Indefinición. Estos son nuestros males. Esta es, más exactamente, la causa de nuestros males…
INVITACIÓN.
Por fortuna, la vida suple en ocasiones a los maestros y es ella misma una disciplina, aunque más ruda y a veces más lenta que la inteligencia.
Por fortuna, la vida suple en ocasiones a los maestros y es ella misma una disciplina, aunque más ruda y a veces más lenta que la inteligencia.
El fruto de estos años no ha sido solamente el escepticismo y la corrupción…
…En varias ocasiones ha parecido llegado el momento de la revelación. Así fue, por ejemplo, en 1920, cuando se inició con prestigio apostólico la obra de Vasconcelos…
…Es la desvinculación en que viven los que desean ese advenimiento. Dispersos en La República, ignorándose unos a otros, combatiéndose muchas veces por pequeña pasión o por diferencias verbales, hay millares de gentes -la Generación de 1915 -que tienen un mismo propósito puro, que podrían definir el inexpresado afán popular que mueve nuestra historia.
Porque realmente existe una nueva generación en México…
…Una generación es un grupo de hombres que están unidos por una íntima vinculación quizá imperceptible para ellos: la exigencia interior de hacer algo, y el impulso irreprimible a cumplir una misión que a menudo se desconoce, y la angustia de expresar lo que vagamente siente la intuición, y el imperativo de concretar una afirmación que la inteligencia no llega a formular; pero que todo el ser admite y que tiene un valor categórico en esa región donde lo biológico y lo espiritual se confunden…
…Todos deberían caminar juntos, pero viven separados por la suspicacia y por su propia indefinición. Olvidan la empresa común y se empeñan en destruirse afiliándose a banderías de momento, absteniéndose de obrar, dejándose llevar por la fácil molicie de la complacencia o abrumados por el “paraquéismo”, esa espantosa impresión de inutilidad del esfuerzo que a todos nos domina en ocasiones.
¡Cuantas veces en esos años, hombres de sana intención y de convicción ferviente, se han perdido para la acción futura arrastrada por la perversión del medio o agobiada por la esterilidad de su esfuerzo aislado! ¡Cuántos, de buena fe, se gastan y gastan a los demás, revolviéndose y predicando la rebelión contra una tiranía corrompida, sin advertir que necesariamente caerán en otra corrupción y hallarán otro tirano, porque el mal que exige remedio está más allá de la acción política inmediata!
Es tiempo de alzar una bandera espiritual; de dar el santo y seña que permita el mutuo reconocimiento.
Hace falta una definición de tendencia y de actitud: la afirmación de un valor siquiera en torno del cual se reúnan los esfuerzos dispersos y contradictorios.
No podemos intentar todavía una doctrina y menos una organización.
Pero, si el alba de 1915 ha de llegar a ser pleno día, es menester encontrar un campo común, una verdad, un criterio aunque sea provisional para encauzar y juzgar la acción futura...
…No pueden servirnos con este objeto las grandes palabras -Justicia, Libertad, Mejoramiento -que suenan a hueco y cada quien llena con significado especial…
EL DOLOR.
¿Podríamos, así hallar un elemento primordial y objetivo para el juicio, un propósito provisional para orientar la acción?
Entre las doctrinas opuestas, a su pesar y causado por ellas a menudo, hay un hecho indudable: el dolor humano.
El dolor de los hombres es la única cosa objetiva, clara, evidente, constante.
Y no el dolor que viene de Dios, no el dolor que viene de una fuente inevitable, sino el dolor que unos hombres causamos a otros hombres, el dolor que originan nuestra voluntad o nuestra ineficacia para hacer una nueva y mejor organización de las cosas humanas. Todo lo demás es discutible e incierto.
Y por esta primera razón podemos adoptar el dolor como campo común de trabajo y discusión…
…Pero mientras los hombres consuman lo mejor de su vida y de su energía en librarse de los más bajos dolores -de la miseria, de la opresión-, será imposible que logren alcanzar propósitos superiores e ideales más altos…
LA TECNICA.
Pero no olvidemos que éste es nada más un criterio provisional y que el deber es saber en qué estriban los males que reclaman acción, y concretar en programas realizables el indeterminado anhelo común de mejoramiento…
ARGUMENTOS.
“alas y plomo…”
“alas y plomo…”
Pero no ya la recomendación cobarde del tiempo en que sólo las alas sin plomo podían. -Ahora, “alas y plomo” hacen posible el vuelo -. Y el consejo, a la vez, es ejemplo que muestra el valor de la técnica…
…El valor no estriba en lanzarse a la empresa quimérica, sino en el caudal de energía y de vigor espiritual necesario para mantener siempre vivo el impulso de realización.
El valor no es cerrar los ojos ante el fracaso, sino evitarlo o sacar de él nuevo aliciente para la acción; no conformarse tampoco en el éxito, sino adelantarlo luego.
El valor, el gran valor, consiste en conocer de antemano la inagotabilidad de la acción y en seguir obrando con fe en la eficacia del bien alcanzado cada día.
LA TAREA.
He aquí, pues, una tarea ára la generación de 1915. Imperativo de nuestra época, resultado de nuestra experiencia, fruto de aquel año en que surgió un nuevo México…
Rechazar como falsa la doctrina que agrave los males de los hombres, como equivocada la acción que los cause o los mantenga. Más también, huir de la débil filantropía, de la cobardía disfrazada de piedad y cuidar de que no pare en sensiblería de la comprensión del dolor.
Hasta violencia, si el propósito lo exige. El camino del bien no es fácil y la lucha es esencia de la vida sin ser necesariamente contraria al bien. La violencia, además, como el dolor, redime y salva si no es torpe ni pequeña. En México, sin embargo, hemos de huir de la violencia que ha amparado siempre bajas pasiones porque no tenemos “piedad de nuestra propia sangre” y porque nada pesa más gravemente sobre nosotros que la cruel tradición de Huitzilopóchtl
Rigor en la técnica y bondad en la vida. Este es el nuevo programa…
He tratado solamente de señalar un hecho y de indicar una posibilidad: la posibilidad de encontrar un medio para reunir las buenas voluntades dispersas, los entusiasmos contradictorios, y para definir la insoportable angustia que ahora nos agota: el hecho de que hay una multitud de gentes que podrían trabajar juntas en vez de negarse y combatirse; de que hay una orientación, una razón de ser común en los acontecimientos que en confusión terrible y sin aparente sentido ocurren en México.
Quiero decir, además, que una grave responsabilidad pesa sobre nosotros porque somos una “generación-eje”…
…Esta es una situación, esta es nuestra responsabilidad. No pensemos que somos mejores que otros ni consintamos en parecer peores. Sólo podemos estar destinados a ser diferentes. No hacernos ilusiones paradisíacas ni permitir que se prediquen seguros desastres…
…El deber mínimo es el de encontrar, por graves que sean las diferencias que nos separen, un campo común de acción y de pensamiento, y el de llegar a él con honestidad -que es siempre virtud esencial y ahora la más necesaria en México -.
Y la recompensa menor que podemos esperar será el hondo placer de darnos la mano sin reservas.
México, febrero de 1926. Manuel Gómez Morin.
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