sábado, 13 de agosto de 2011

El ideólogo de la transición


Por Felipe Calderón
 

Carlos Castillo Peraza a 60 años de su natalicio. El Presidente reflexiona sobre la vigencia de aquel político y pensador. ''Carlos Castillo Peraza apostó por un cambio en las instituciones políticas pero sin ruptura; por una transformación del régimen, no por la destrucción del país''. ''Carlos hizo falta durante la última etapa de la transición, aquella que vio por primera vez la alternancia en la Presidencia de la República. No hubo una voz con su experiencia y su preparación intelectual''. Felipe Calderón Hinojosa Presidente de México.
 I. La democracia, el primer reto
¿Cómo sustentar la acción política en una idea integral, sea ésta una doctrina o incluso una filosofía política? ¿Cómo lograr la adecuación de esa idea a una praxis cambiante, como es la realidad de cualquier sociedad? Ambas preguntas fueron, quizá en ese orden -primero la idea, luego la acción-, una búsqueda constante en el pensamiento de Carlos Castillo Peraza, que el próximo 17 abril cumpliría 60 años de edad. Ambas contribuyeron, además, a forjar un ideario esparcido en distintos libros y publicaciones que llegaron a ser una pauta para la transición política mexicana.
 Carlos perteneció a esa clase de políticos que no se atrincheran en las ideas abstractas, pero que tampoco someten la acción al instante: aquélla debe encaminarse siempre a la consecución del bien común. No valía para él lo espontáneo o lo improvisado, hacía falta antes la reflexión, el apego a un sistema de valores que pone por encima de cualquier teoría o consideración al hombre mismo: fue un auténtico humanista, hombre de enorme compromiso y preocupación social, de sentido de justicia entrañablemente llevado por la vida.
 Carlos decidió llevar sus actos a la altura de sus ideas, era un convencido de que teoría y praxis, pensamiento y organización, debían estar indisolublemente unidos. "Un pensamiento que no se traduce en palabra es un mal pensamiento, y una palabra que no se traduce en acción es una mala palabra", solía decir. Las ideas sirven de poco si éstas no encuentran una forma de encaminarse a resolver los problemas cotidianos de las personas, es decir, la idea debe estar al servicio de la sociedad, debe sustentar el hacer de la política y acompañarlo en todo momento. "Hacer política -escribió Carlos- es hacer sociedad".
 En diversas ocasiones me comentó que tomó la decisión definitiva de participar en política y política partidista, entre otras cosas, después de haber leído un libro de mi padre titulado Política y Espíritu: Compromisos y Fugas del Cristiano, que junto con El 96.47% de los Mexicanos del cual es secuela, aborda la terrible incongruencia de un México que se confesaba entonces y mucho más que ahora abiertamente católico y que sin embargo no vivía en su cultura los más elementales valores, virtudes y principios cristianos de caridad, justicia, fortaleza o templanza.
 Una sociedad profundamente religiosa que rehuía los más elementales deberes éticos con el prójimo en la actividad social, económica -los empresarios patrocinadores de fiestas religiosas pero abusivos con sus trabajadores- y que por supuesto evadía el deber político. El ferviente católico que por igual besa el anillo del obispo y al mismo tiempo acude puntual al "besamanos" del gobernante corrupto y asesino, el líder de los "cursillos de cristiandad" que manipula urnas y actas, y en general la pléyade de laicos fervientes pero incapaces de abrir la boca o mover un dedo en aquel México terriblemente autoritario y antidemocrático. A ellos se refería mi padre, a "aquellos otros hermanos que, temerosos de que nuestra definición política pudiera comprometerles, prefieren vernos de lejos". Pero también se refería en ese texto a la generación de Carlos Castillo, a quienes dedicó sus páginas: "ellas van también dirigidas especialmente a los jóvenes luchadores -ya en las trincheras políticas y sociales, ya en las culturales y apostólicas- que sueñan con un México mejor...".
González Luna, por su parte, por lo general mesurado y barroco en sus expresiones, hablaba puntilloso de los intelectuales creyentes de su época y seguramente de su Guadalajara, que desdeñaban la política y la participación opositora. Aludía a su postura hablando de las "orugas doctas" que ignoraban que la abstención política convertiría "la torre de marfil" desde donde pontificaban en "pedestal de imbéciles". Carlos Castillo fue, pues, un hombre resuelto a encarnar en la vida cotidiana y en el arduo acontecer de la política los principios y valores que profesaba, y que desde lo abstracto filosófico los llevó a los encarnados y áridos terrenos de las decisiones políticas y legislativas concretas. De manera que abrevó en los ideales y en la congruencia de los Gómez Morin, de los González Luna, de los Christlieb. A Adolfo Christlieb, por cierto, se le atribuye una referencia a "los políticos que no pueden dormir". Puede dormir plácidamente el que no tiene principios, el arbitrario, el violento, el inconsciente, el corrupto. Puede dormir también a pierna suelta el que teniendo principios se niega a contrastarlos y aplicarlos en una realidad humana y concreta, abstracción sin praxis, pontificado impoluto, limpio del polvo del camino que nunca toca. No pueden dormir en cambio los políticos que teniendo principios se ocupan en aplicarlos día con día, en circunstancias cambiantes, relativas, en decisiones donde no hay ni siquiera un bien referido a otro, sino sólo males en las alternativas puestas en la decisión del político consciente. Optar por el "mal menor", saberlos distinguir, sacude su conciencia y le impide dormir. Claramente, Carlos debió haber sido uno de estos políticos que no pueden dormir.

II. Democracia de calidad
La democracia de calidad fue uno de los últimos desafíos que Castillo Peraza abordó en sus escritos periodísticos y en las conferencias que impartía en México y España. Aspiraba a una democracia capaz de responder de manera adecuada a la realidad mexicana. Carlos entendía que los modelos extranjeros podían representar una guía pero sólo eso, pues sabía que cada nación y cada momento histórico responden a circunstancias particulares.
 Esa democracia de calidad requería, en primer término, de instituciones fuertes: partidos políticos, árbitros electorales, leyes y órganos encargados de hacerlas valer. Requería de partidos políticos que fueran verdaderos representantes de la pluralidad y la diversidad, capaces de ser contrapesos del poder pero con la voluntad y la visión suficientes para alcanzar los acuerdos y las reformas necesarias. Partidos que al mismo tiempo se convirtieran en verdaderas escuelas de ciudadanos, bandera que ha ostentado Acción Nacional a lo largo de casi 70 años.

Carlos supo entender que se requiere más valor para iniciar un diálogo desde la oposición en un régimen autocrático que simplemente protestar y negarse radicalmente a entablar el diálogo.

Era posible ganar a pesar de un régimen cerrado y dispuesto a defender por todos los medios su hegemonía. La voz de la gente había demostrado tener la fuerza para hacerse escuchar y hacer valer su voluntad. Y el medio para ello eran los partidos, la lucha, la acción política responsable y comprometida con México. Partidos, además, capaces de vivir hacia adentro lo que pedían para toda la nación: la democracia.
 Una democracia de calidad requería por igual partidos y elecciones de calidad. No sólo partidos a la caza de un botín sino agrupaciones de ciudadanos libres, dispuestos a trabajar por el bienestar de la patria.
 Carlos Castillo creía, sin dudarlo un instante, que el PAN era el mejor partido político de México y así lo expresó en la carta con la que renunció a su militancia para dedicarse a la asesoría política: "no busco pertenecer a ningún partido, ni siquiera al mejor".
 El paso de Castillo Peraza por la diputación en dos ocasiones y por la presidencia del PAN entre 1993 y 1996 fue crucial en ese sentido. Acción Nacional mantuvo firme su actuar como una oposición responsable y partícipe de la realidad del país. Mientras, los panistas debatíamos lo más conveniente para México.
 No se detenía la lucha: a finales de los noventa el PAN estaba presente en los municipios y los gobiernos de los estados, y ostentaba ya varios triunfos históricos: un padrón confiable y un Instituto Federal Electoral independiente; primeras exigencias de los panistas que Castillo Peraza había defendido tanto en el umbral de las ideas como en el ejercicio de una militancia comprometida, entregada y apasionada, esto es igual en la calle y en la plaza que en los escritorios públicos.
 Se consolidaban, de este modo, las condiciones mínimas para poder vivir bajo un auténtico régimen democrático y asimismo quedaba demostrado que había una nueva forma de hacer política, de la que Carlos fue ejemplo: la que, sin descuidar los intereses del partido ni los ideales personales, sabe ceder y negociar espacios para construir un auténtico Estado que reconoce la pluralidad de una nación. La que no improvisa porque, como bien escribió alguna vez, "no se sienta a la mesa para ver qué hará sino que se sienta a la mesa porque ya sabe qué debe hacer".
En su último discurso como presidente nacional aconsejó a los aspirantes a sucederlo cuidar al partido y cuidar al país: "un presidente de Acción Nacional, por sentido de Estado y amor a la patria, por cuidar al país y cuidar al Partido, tiene con frecuencia que nadar contra la corriente y las tendencias ideológicas o políticas dominantes, y toparse, incluso dentro de la institución, con resistencias de diversa índole. A veces, el precio personal que hay que pagar por ejercer adecuadamente el cargo es alto y sólo puede pagarlo quien no ve en la Presidencia ocasión de ventaja personal".
III. El ideólogo de la transición.
 He señalado y reitero que Carlos Castillo es el verdadero ideólogo de la transición política mexicana porque la concibió, la diseñó y la supo llevar adelante, porque supo afrontar los riesgos de la incomprensión y del insulto. En el plano de las ideas y al mismo tiempo de la acción y de la práctica, esta labor quedó claramente plasmada en 1989 con el documento "Compromiso Nacional por la Legitimidad y la Democracia". El documento exigía al gobierno asumirse como un gobierno de transición y lo convocaba a él y a todas las fuerzas políticas a iniciar, por la vía del diálogo y de la negociación, la ruta de transición pacífica a la democracia. Once años después, México pasó a la democracia sin odio y sin violencia, como Carlos lo había anticipado.
Carlos Castillo Peraza apostó por un cambio en las instituciones políticas pero sin ruptura; por una transformación del régimen, no por la destrucción del país.
 Tiempo después, al arribar el PAN al poder, en el año 2000, Castillo Peraza enfatizó sobre dos condiciones decisivas para consolidar el nuevo régimen democrático: la primera es precisamente la transformación cultural que todo cambio político debe procurar entre los ciudadanos. Lo resumía de este modo: "Soy de los que creen que las almas pueden moverse, que la acción sin razones que la sustenten degenera en activismo, que es la transformación de las conciencias la que produce cambios históricos genuinamente humanos". Es decir, y usando de nuevo sus palabras, "el acontecimiento del que debe surgir el cambio hacia la democracia y el Estado de derecho debe ser mucho más del orden moral que del orden político".
La segunda condición es la democracia de calidad, la democracia que trae resultados a la gente común, a la gente de a pie, a la que con su trabajo diario construye el día a día de cualquier nación. Democracia no sólo en cantidad sino de calidad: "La transición mexicana: de los quanta a los qualia", es el texto con el que explica la necesidad de un estado de derecho efectivo, en el marco y acompañando a un Estado democrático que asegure las condiciones de convivencia y sobrevivencia de sus gobernados.
"Estimo que el reto de nuestra democracia y nuestro desarrollo, cuantitativamente innegables, lo constituyen al menos tres qualia: el de la justicia social, el de la producción de las leyes, que necesitamos tanto para aumentar el lado cuantitativo de la democracia cuanto para darle elementos de calidad cada vez mayor, y la vigencia del estado de derecho o imperio de la ley", escribía Castillo Peraza en la primavera del año 2000.
Esto era parte de los trabajos de análisis político que, ya fuera de la militancia partidista, anticiparon y echaron luz sobre los retos que ahora, siete años después y con más urgencia que nunca, enfrenta nuestro país: una democracia efectiva que se traduzca en esas tres características cualitativas que aún hoy siguen siendo retos y objeto del esfuerzo y trabajo del Estado mexicano.
 Las premisas enumeradas por Castillo Peraza están vivas no sólo en las necesidades más urgentes de la sociedad, sino también en las acciones que el Ejecutivo a mi cargo lleva a cabo. Estoy convencido como él, que el Estado no puede capitular, ni ante la delincuencia, ni ante la pobreza, ni ante la conservación del medio ambiente, ni ante su misión de llevar a la nación a un desarrollo pleno y equitativo, mediante el ejercicio de una política responsable frente a la sociedad y frente al mundo.
 IV. Construir conciencia política
Carlos hizo falta durante la última etapa de la transición, aquella que vio por primera vez la alternancia en la Presidencia de la República. No hubo una voz con su experiencia y su preparación intelectual. Fue no sólo maestro de una generación sino también líder en la primera línea de combate, estudioso del ejercicio del poder, desde los clásicos griegos y Maquiavelo, hasta Proudhon, Gramsci o Sartori, así como de los totalitarismos del siglo XX. Con un amplio acervo cultural, desarrolló una visión privilegiada de la realidad nacional dentro de un mundo global, que puso a disposición de quienes acudíamos a sus textos y hallábamos en su voz la guía cariñosa del maestro, la opinión del amigo que -como él mismo decía, parafraseando a Albert Camus- no es cómplice sino crítico. Su ausencia nos privó de su palabra, de su crítica mordaz y de la influencia de una voz que hoy es referencia obligada para entender a México.
Hoy nuestro país requiere inteligencias como la suya, comprometida con el bienestar de la nación, capaz de ejercer una crítica responsable. México también requiere del esfuerzo de sus partidos para formar conciencias comprometidas con el trabajo político que pone por encima de cualquier consideración particular el bien común de todos los mexicanos.
 La clase política nacional debe hacer un pacto con los mexicanos. Los políticos tenemos que trabajar como nunca y hacer todo lo que esté en nuestras manos por crear las condiciones que aseguren el futuro de México. En este esfuerzo, requerimos el trabajo de todos, la cooperación entregada hacia la Patria que construimos día a día para nuestros hijos. No podemos postergar la resolución de esos grandes pendientes que hace ya siete años enumeró Castillo y que hoy apremian nuestro actuar de cara a la nación. A su vez, los intelectuales mexicanos deben seguir aportando opinión responsable y, por qué no, participación política activa en un mundo político erosionado. Carlos tuvo entre otros aportes ése: fue un intelectual metido a político, e iluminó la política. Fue un político metido y formado en la intelectualidad, que ilustró con su vivencia práctica el pensamiento y el análisis político de entonces.
 Los principios humanistas de la doctrina que Carlos Castillo Peraza contribuyó a construir y adaptar a la realidad de nuestro México se mantienen vigentes y siguen siendo referente en muchos de sus planteamientos. Comparto un sueño con él, que hoy podemos hacer realidad: dar a México la oportunidad de caminar en paz, con justicia y equidad, hacia una democracia que se sustenta en sus partidos y en sus leyes, donde el trabajo político se traduce en beneficios tangibles para la sociedad.
Comparto con Carlos también el ideal de construir buenos gobiernos con buenos políticos, instituciones fuertes para una sociedad que así lo exige y demanda, en un tiempo y de cara a un país y a una generación de mexicanos a la que no le podemos fallar. Comparto, finalmente, el anhelo de tener entre los mexicanos, no millonadas de habitantes, sino de verdaderos ciudadanos, partícipes y corresponsables del presente y del futuro. El reto medular es transformar nuestra sociedad, ávida de respuestas y soluciones, en una auténtica ciudadanía que toma en sus manos su destino.
Así lo dijo:
 "Comparto un sueño con él, que hoy podemos hacer realidad: dar a México la oportunidad de caminar en paz, con justicia y equidad, hacia una democracia que se sustenta en sus partidos y en sus leyes, donde el trabajo político se traduce en beneficios tangibles para la sociedad".

Felipe Calderón Hinojosa
 Presidente de México

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