Juan Jose Rodriguez Prats |
Qué desgracia, señor, que seamos lo mismo que son todos.
Paul Geraldy
Acción Nacional tiene un rezago en la carrera presidencial que solamente puede ser llenado con un proceso democrático interno.
La divisa del PAN ha sido hacer una política diferente, apegada a principios y asumida como un deber cívico. No había discurso en el que no se señalaran las lacras del gobierno y las perversiones de un sistema autoritario. Miguel Estrada Iturbide sostenía la importancia de “condenar un estilo de política, de señalar las lacras, las deserciones, los errores de la autoridad”, pero también resaltaba la necesidad de que “el pueblo tome conciencia de que todas esas lacras y esos vicios tienen remedio (...) tenemos fe en los valores superiores, por eso tenemos fe en el pueblo de México (...) pedimos que cada hombre tome conciencia de su categoría humana...” Llegó al poder el PAN y se empezaron a diluir las diferencias entre los partidos políticos. Tal parece que estamos condenados a hacer una política sometida a la obediencia y a la consigna.
Carlos Castillo Peraza hablaba del pequeño priista que todos llevamos dentro y que, por desgracia, o no es tan pequeño o al arribar al poder se desarrolló descomunalmente. Hablaba también de ganar el gobierno sin perder el partido, lema que utilizó Felipe Calderón para obtener la dirigencia panista. La frase pone el dedo en la llaga: que el poder no nos contamine ni nos contagie de formas perversas de hacer política. O, como lo dijo don Luis H. Álvarez: “Si no nos derrotó la derrota, que no nos derrote la victoria”. Felipe Calderón, unos días después de renunciar al gabinete foxista, declaró que el presidente ya no es el “factor determinante” en la sucesión, como antes: “Afortunadamente, esos tiempos en que el presidente decidía (quién era) su sucesor los dejamos atrás (…) los panistas no admitimos instrucciones ni dedazos” (La Jornada, 01/06/04).
Permítaseme un paréntesis. El artículo 16, fracción VII, de los estatutos panistas, señala como infracción acudir a instancias públicas o privadas ajenas al partido, para tratar asuntos internos del mismo. Esto correspondía a la época en que el PAN prácticamente actuaba en la clandestinidad. Al arribar al poder y ser definido por la Constitución como una entidad de interés público, el artículo evidencia su obsolescencia. La prueba está en que casi todos los militantes hemos violado esta disposición.
En el proceso interno panista es verdaderamente triste observar cómo muchos militantes, antes de inclinarse por algún precandidato a la Presidencia de la República, primero preguntan quién es el candidato de Felipe y, a semejanza de lo que sucedía en el PRI, intentan descifrar quién será el favorecido. Hay otros que sin rubor alguno aprovechan el cargo, como es el caso de los gobernadores Juan Manuel Oliva y Rafael Moreno Valle, y dan instrucciones a sus subalternos, violando el artículo 31 del Código de Ética panista. Justifican su preferencia con el mundano e indebido argumento de que a cambio de ello recibirán apoyos presupuestales.
El PAN tiene un rezago en la carrera presidencial que solamente puede ser llenado con un proceso democrático interno que le dé al candidato autoridad moral para pedir el voto de la ciudadanía, como se hizo en 2000 y en 2006. Tengo confianza en los órganos, en el presidente nacional y en la Comisión Electoral del partido. Espero que la militancia esté a la altura del reto y asuma su deber de panista y su entereza de ciudadano. De lo contrario, vamos a la derrota.
Efraín González Luna agradece en una carta a Manuel Gómez Morín: “El aplastante honor y la inolvidable prueba de amistad que me dio al considerarme digno de representar y salvar uno de los valores más altos y entrañables para Ud. y para mí: el ideal y el honor de Acción Nacional”. El PAN tiene honor y tiene ideales. Nuestro deber es defenderlos.
Excélsior / 2011-06-23
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