Miguel Estrada Iturbide |
Luis López Hermosa y Parra
Ha llegado a la paz de la tierra, donde reposan sus mayores, un varón sabio y generoso. Pocos mexicanos, como don Miguel Estrada Iturbide, se han remontado tan alto en el pensamiento y en la acción. Jurista insigne, político magno, pensador lúcido, dueño de una privilegiada pluma y una oratoria excelsa, hombre probo, michoacano devoto, supo engrandecer el horizonte de nuestra nación.
La historia del México contemporáneo se enriquece con la vida de un personaje de la talla de Miguel Estrada Iturbide. Desde sus alientos de juventud hasta el momento en que se apagó su existencia, donde quiera que nos detengamos a examinarlo, habremos de encontrar en él a un hombre de interminables cualidades entregado a la generosa tarea de servir. En su genial estructura humana concurrieron: un talento extraordinario, una inteligencia sagaz y creativa, una mente reflexiva y ordenada, una sólida formación profesional, una amplia cultura, una férrea voluntad, un carácter indómito, un pensamiento humanista. Con todo, más que recibir dones, prodigó los suyos. No usufructuó posiciones; las erigió con su enorme capacidad; no protagonizó actitudes complacientes y mansas, fue un luchador animoso que hizo de la verdad una norma fundamental.
No en vano el doctor Mario Torroella señalaba que “…Estrada Iturbide parece haber recibido como un legado directo del Padre de la Patria el ardor de su fe, su fe encendida en México y en su destino; en asumir la grave responsabilidad de poner término a la obscura e innoble etapa de confusión en que se quiere arrastrar al país entero en momentos de quiebre e incertidumbre”.2 En efecto, a punto de concluir sus estudios de la carrera de abogado en la Escuela Libre de Michoacán, dicha institución fue arbitrariamente clausurada por decreto del entonces gobernador de Michoacán, general Lázaro Cárdenas. Al igual que muchos de sus compañeros, Estrada Iturbide encontró en la Universidad de Guanajuato las facilidades para sustentar los exámenes requeridos y así obtener en 1932 el título de abogado. Sin embargo, ante la negativa del Supremo Tribunal de Justicia de registrar su título, don Miguel interpuso un amparo, que finalmente ganó en la Suprema Corte de la Nación, con lo que pudo iniciar el ejercicio de su profesión en su natal Morelia. Así dio muestras de su entereza y convicción personal, que manifestaría a lo largo de su vida profesional y política.
Al igual que muchos miembros de su generación y entre quienes reconocemos a Juan Landerreche Obregón, Manuel Ulloa, Julio Chávez Montes, Felipe Mendoza Díaz Barriga, Luis Calderón Vega, don Miguel formó parte de la celebre UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos), organización en la que él y muchos de su generación pudieron completar una sólida formación, inspirada en las ideas más avanzadas de la doctrina social católica.
La UNEC apoyó la lucha que en 1933 y 1934 libró el rector Manuel Gómez Morin por la autonomía de la Universidad Nacional; y en el ámbito universitario, Estrada Iturbide pudo establecer un primer encuentro con Gómez Morin, que “…fue para mi uno de los encuentros más decisivos, más fecundos, más trascendentes de mi vida”. De hecho, don Miguel siempre se refirió a ese encuentro como la veta universitaria, la veta que dio cimiento al llamado fundacional de Acción Nacional: “Sí, conocí a Gómez Morin
en la Rectoría de la Universidad: No lo conocí en su despacho profesional; no lo conocí con motivo de asuntos de categoría que yo llamaría inferior; lo conocí al timón de la nave universitaria, en el momento más rudo de la tempestad”.
Años más tarde y a invitación expresa de su maestro don Guilebaldo Murillo y de sus amigos Julio Chávez Montes, Manuel Ulloa y Juan José Páramo, don Miguel participa en las históricas jornadas de septiembre de 1939, para “…agruparnos… en torno de un cuerpo doctrinal sólido, valedero en sí mismo y con clara orientación hacia la realidad de México”.
A punto de cumplir los 31 años de edad figuró y tuvo un papel destacado en la Asamblea Constitutiva del Partido Acción Nacional que se reunió en la ciudad de México los días 14 a 17 de septiembre de 1939, como miembro de la Comisión de Doctrina que presidió don Efraín González Luna y que integraron también don Rafael Preciado Hernández, el ingeniero Agustín Aragón y los licenciados Samuel Melo y Ostos, Luis de Garay, Carlos Ramírez Zetina y Aquiles Elorduy.
El 24 de diciembre de 1939 instala el Comité Regional del PAN en Michoacán, mismo que
preside por espacio de 17 años. No fue casual que el primer ayuntamiento ganado por el PAN en Quiroga, la primen diputación federal reconocida por Tacámbaro en 1946, y la acreditación en 1947, por primera vez en su historia, de un diputado en una legislatura local por el distrito de Zamora, fueran hitos de Acción Nacional ocurridos en tierras michoacanas.
Convencido de que la participación política es necesaria para la búsqueda del bien común, Estrada Iturbide se presentó, una y otra vez, como candidato de su partido a diversos pues tos de elección popular. Sufrió en carne propia y en la de sus compañeros de partido fraudes electorales, incomprensiones, vejaciones y persecuciones.
En 1964 y después de cuatro candidaturas, finalmente pudo abordar la tribuna de la Cámara de Diputados como uno de los primeros 18 diputados de partido acreditados por Acción Nacional. De su actuación en la XLVI Legislatura, el Diario de Debates registra –entre otras– sus intervenciones en temas como la reelección de diputados y senadores, presupuesto de egresos, cuenta pública y derogación del delito de disolución social. En las filas de Acción Nacional se distinguió por su fidelidad castrense al partido que sirvió como militante, en la enorme responsabilidad de consejero estatal y nacional, como dirigente. No en vano se le considera un político coherente y un panista ejemplar.
Conocido por su apostura como orador, don Miguel Estrada Iturbide es recordado por un fino discurso pronunciado en 1972 en homenaje a Manuel Gómez Morin, a raíz del fallecimiento del maestro universitario; expresó emocionado:
“Quedábamos con la conmovida, imperecedera memoria de su presencia, ahí junto a su cruz, que queda junto a tantas otras, de las que sólo por ser esta ocasión la que es, quiero mencionar la de su generoso sucesor en la Jefatura del Partido, que se fue antes de tiempo, Juan Gutiérrez Lascurain, muerto trágicamente en plena madurez; y la de su otro sucesor, nuestro malogrado, inolvidable amigo, Adolfo Christlieb. Se fueron antes de tiempo para el tiempo humano”.
Una más: “la cruz gemela; en la profundidad del afecto y en la perennidad del recuerdo, la de don Efraín.
“Y que más puedo decir, y que más puedo desear, y que más puedo pedir, que la propia cruz quede algún día junto a las de ellos…”.
Aquel deseo expresado hace 25 años por don Miguel es una realidad.
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