sábado, 13 de agosto de 2011

Discurso político del Lic. Carlos Castillo Peraza

Discurso político del Lic. Carlos Castillo Peraza en el marco de su Informe como Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, en la XVI Asamblea Nacional Ordinaria celebrada el 17 de marzo de 1995, en la Ciudad de México.

Amigas, amigos, compañeros todos:


Esto es lo que se ha hecho y aquí dejo constancia de las razones por las que se ha hecho. Estamos aquí, no sólo para oír este informe, sino para elegir Consejo Nacional. Es una tarea delicada y seria, cuyo propósito es darle al partido un órgano de reflexión serena, constituido por las mejores y los mejores panistas del país. El tiempo nacional y el papel del partido en el México de hoy, no nos permiten irresponsabilidades ni atentados contra la unidad de Acción Nacional. Somos hoy punto de referencia para los mexicanos, en la medida que somos un partido fuerte por su doctrina, fuerte por su democracia interna, fuerte por los votos de millones de mexicanos, fuerte porque ha optado por la vía de la legalidad, del derecho, de la tranquilidad que procede del orden justo, por la paz.


Cuidar al país y cuidar al partido son nuestras tareas. Cuidar al país, porque sería inmoral contribuir a su devastación so pretexto de que, sobre sus ruinas, llegaríamos más pronto a gobernarlo. No, no aspiramos a victoria alguna sobre sangre, hambre o guerra generalizados, ni a partir de radicalismos verbales que son siempre el preludio de enfrentamientos físicos de los que nunca sale victoriosa la democracia, sino el más fuerte físicamente. El triunfo del más fuerte nunca ha generado el bien común, sino el bien del más fuerte.


Lo repito una vez más: nuestra vocación es la de ser gobernantes, no arqueólogos. No aspiramos a administrar ruinas, sino un país justo, desarrollado, en proceso de perfeccionamiento social, económico, político y cultural constante. No tengamos temor de reconocer lo bueno, de donde quiera que venga, ni temamos denunciar y combatir lo malo sin importar su procedencia. Mantengamos la apuesta por nosotros mismos. Cuidemos también al partido, ya que es el instrumento que elegimos libremente para cuidar al país. No apostemos a la catástrofe, a la ingobernabilidad, a la violencia o a la venganza como rutas para llegar al poder, porque tales caminos han llevado históricamente a todos los autoritarismos. Construyamos cada día la fuerza unida, capacitada, adiestrada, formada, coherente, serena, responsable, democrática, lista para asumir en cualquier momento responsabilidades mayores, capaz de dar a la nación justicia, libertad y aptitud de relación soberana.


En uno de los peores momentos de España, Antonio Machado, el poeta, se atrevió a decir: “late corazón... no todo se lo ha tragado la tierra”.


En efecto, hoy en esta difícil hora de México, somos Acción Nacional. A pesar de nuestras flaquezas, de nuestros defectos, de nuestros errores, de nuestras fallas, de nuestras deficiencias, de nuestras mezquindades, de todo el peso de nuestro ser falible de hombres, seguimos siendo el único partido estable, democrático, reflexivo, punto de referencia para millones de conciencias que han optado por la paz. Mantengámonos así. Mejoremos. Lancémonos a darnos una nueva dimensión a la altura de los tiempos y las responsabilidades que nuestra propia acción ha contribuido a crear, a la altura de las responsabilidades que hemos asumido, a la altura de las exigencias ciudadanas, a la altura de nuestras propias esperanzas y de nuestros propios ideales.


Hoy, mucho más que antes, mucho más que nunca, es por México.



LA IMPORTANCIA DEL PAN EN LA HISTORIA DE MÉXICO.


Cuando Manuel Gómez Morin puso como motor del cambio en México la organización política de los ciudadanos, el PAN sufrió constantes ataques por ser, decían, electorero, palero, ingenuo, que serviría sólo para la legitimación moral del sistema.


Esta cantilena duró más de dos décadas, en boca lo mismo de sinarquistas que de comunistas y de otros grupos que clamaban por una reforma política que, sin su participación, tendría que venir como gracia o favor del mismo sistema, conmovido seguramente por las súplicas o atemorizado por la gritería.

 
Los que se desgarraban las vestiduras y criticaban al PAN por su terca insistencia en recorrer el camino electoral a pesar de fraudes y represiones, no entendían, o simulaban no entender que, como lo habían apuntado los fundadores, todos los problemas derivan o confluían en lo político y que, por tanto, mientras el problema político no fuera resuelto, los otros se agravarían o serían atendidos solo con paliativos, en un perpetuo cultivo de la crisis para la auto justificación del sistema.


Sólo que mientras los perros ladraban, como diría el Quijote, el PAN seguía avanzando, y cada uno de sus pasos hacia delante, eran otros del sistema para la rectificación de leyes y, mucho más lentamente, de prácticas o haciendo estas cada vez más sofisticadas. Sin la tenaz presencia y actividad del PAN, no podría entenderse la evolución del sistema político mexicano en los pasados cincuenta y cinco años.


Hasta antes del PAN, las elecciones habían sido, salvo quizá la que ganó Francisco I. Madero, formalismos en beneficio de candidatos únicos o pugnas sangrientas de facciones formadas en torno a caudillos circunstanciales.


La convocatoria de ACCION NACIONAL a la participación política rindió para el bien del país, sus dos primeros frutos: despertar en los ciudadanos la conciencia del deber político y la posibilidad de cumplirlo organizadamente y la revaloración del camino electoral, como opción para lograr el cambio del sistema político mexicano. Si hoy día preocupa a todos el problema del abstencionismo, es porque por fin se comprendió que, fuera de la vía electoral, está la violencia o la anarquía, para provecho de los oportunistas que nunca faltan.


Esta revaloración del camino electoral gracias a la participación del PAN, tuvo otra manifestación específica: la revisión de la legislación electoral. Había que dotar a los procesos electorales de una organización y una estructura que les diera confiabilidad. En 1943 se reforma la ley electoral de 1918, ya bajo el sistema de elección directa. En 1946 una nueva ley contempla por primera vez la creación de un consejo del padrón electoral; sustrae las elecciones de las jurisdicciones estatales y municipales para pasar al ámbito federal.


Es de hacerse notar que algunas de las reformas electorales como la implementada en tiempos de López Mateos para sancionar a los partidos políticos que impidieran a diputados electos presentarse al desempeño de sus funciones, tenía clara dedicatoria al PAN; pero en general podría decirse que entre adelantos y retrocesos, la legislación electoral hubo de irse abriendo, a efecto de dar cauces a una participación ciudadana más intensa, especialmente en zonas urbanas.


Esta apertura se tradujo, entre otras cosas, en mayores facilidades para el registro de los partidos políticos, lo cual permitió el acceso a las contiendas electorales a muchos de los que antes se habían burlado del PAN, precisamente por haber escogido la vía electoral. Veinte años después de que se había otorgado el último registro a un partido (PARM 1954), se dieron en cascada: los primeros fueron para los comunistas con sus siglas originales, PCM; el Trotskista PRT; el PST, desmembramiento del PMT y el PDM de la Unión Nacional Sinarquista.


Admítase o no expresamente, este fue uno de los frutos de la pertinaz presencia del PAN en la contienda política vía elecciones. Nunca a nadie se le ocurrió volverlo a llamar “electorero” o “comparsa” legitimador del sistema y su partido. Quienes habían creído que para participar políticamente había que esperar a que hubiera buenas o menos malas leyes y menos mañas, tuvieron que admitir en los hechos dos cosas: que el movimiento se demuestra andando y que al andar el PAN estaba haciendo el camino.


Con el PAN se terminaron las algaradas en torno a caudillos y aquí reside otro fruto de la acción constante del PAN: el haber obligado al régimen no sólo reconocer la enorme importancia de los partidos políticos como instrumentos y cauces para la participación política de los ciudadanos, sino a darles rango constitucional. Debe considerarse el momento en que esto ocurrió como un verdadero parte aguas, con el fin de una era y el inicio de otra. Terminó la era de agrupaciones constituidas al vapor, generalmente con logias masónicas como núcleo, y que se extinguían pasando las elecciones o simplemente invernaban hasta mejor ocasión, y comenzó la era de las contiendas políticas a través de partidos políticos permanentes.


En forma bastante resumida, tal fue la importancia histórica del PAN en México. No cambiaron ciertamente las prácticas fraudulentas del sistema, pero el proceso mismo generado por el PAN, y al cual se sumaron quieran o no otros partidos, obligó a Gustavo Díaz Ordaz a reconocer que el país no podía seguir estando sometido sin riesgo de estallidos sociales, al régimen político de partido oficial en todos sentidos privilegiado por el gobierno, y abrió ventanas a la representación de las minorías. Otro Presidente, Miguel de la Madrid Hurtado, consideró que había llegado el tiempo de “una auténtica democratización integral”, pero por miedo a poner en peligro los intereses creados al amparo del sistema lo redujo, y por una sola vez, a Chihuahua y Durango.

Y dentro de este proceso al que alcanzó uno de dimensiones mundiales, con resultados contrarios a todos los análisis se dieron las elecciones presidenciales de 1988, cuyos rasgos sobresalientes fueron inesperados que el sistema “se cayó” y “se calló”, las computadoras no funcionaron. Estos rasgos fueron: la más baja votación obtenida por un candidato presidencial oficial, escisiones en el PRI, expertos priístas en alquimia electoral, ahora al servicio de sus propios disidentes. A los responsables del sistema se les planteó una sola alternativa. O hacían caso omiso a la elección y se organizaban para el siguiente proceso tapando todos los huecos, o admitían expresamente que México debería entrar por la puerta grande a la modernidad política.

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